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“Porque separados de mí nada podéis hacer.” Juan 15:5.

Cada uno de nosotros ha aprendido el valor de este pasaje de forma diferente. Unos han entendido a lo inmediato al leerlo, otros aún están en proceso de poder comprender, también hay un pequeño grupo que no está interesado en soltar su “YO” y finalmente, hay un grupo que entendió esta verdad sin haberla escuchado o leído, porque tuvo que vivirla, y es éste último donde puedo ubicarme.

Desde el Edén, la autosuficiencia es algo que intenta retar constantemente a Dios, algo en el interior del humano que se negaba a depender de forma íntegra de su creador tomó vida a través de la voz de la serpiente. El resultado: Una humanidad condenada que sólo podía apelar a la Gracia.

¿Y cuántos de nosotros no hemos sido la autosuficiente Eva?– Yo fui una Eva “mini” de 13 años que creció en una familia económicamente estable, y podía darse par de gustos, creía que todo lo que tenía venía por nosotros mismos y desde esa edad me formé un plan de vida donde naturalmente no estaba Dios (Desde mi óptica, Dios no tenía tiempo para mis tonterías él debía ser Dios y yo podía sola con todos mis planes). Siempre intenté por capricho dejar de depender de mis padres, me esforzaba para ser de las mejores estudiantes y creí que eso me abriría puertas tempranas a mi independencia.

Pero así como en el génesis, a los humanos nunca nos ha salido bien montarnos en el caballo alto de la autosuficiencia y cuando cumplí 18 años fui derribada de ese caballo. Mis padres perdieron sus fuentes de ingreso, el dejé la universidad, y las cosas en casa iban de mal en peor; era una familia dividida que lo había perdido casi todo. Y justo cuando piensas que no puede ser peor; tu estómago te recuerda de la escasez.

¿Qué podés hacer con un estómago vacío, con una familia quebrada, con frustraciones y tus planes destruidos? ¿Qué podés hacer sin trabajo, sin recursos y sin ánimo de salir adelante? Es ahí donde Dios interviene y es así donde, de la peor temporada que había pasado, tengo los recuerdos más felices de mi vida, no conocía a ese Dios cercano, nunca había escuchado este pasaje (Juan 15:5) para entender que el reino de los cielos no trata de autosuficiencia sino de Dependencia.

“Entonces, si me llamas yo te responderé; Si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: Aquí estoy” Isaías 58:9

Empecé a creerle a Dios con todo, y su palabra está tan viva que cada día que mi hermana menor y yo orábamos por pan para nuestra mesa, su providencia no se hacía esperar; era como recibir milagros a diario, no teníamos nada, habíamos perdido casi todo, pero sólo con ver la mano de Dios en nuestra vida era más que suficiente.

Es que cuando todos tus recursos humanos te son quitados, es cuando te derriban del caballo de la autosuficiencia y entiendes que la oración se vuelve tu arma más poderosa, que la Fé te sostiene, que la gracia es palpable y que separados de Él, no podemos hacer nada.

Todo de lo que puedas jactarte aquí en la tierra no tiene lugar en el cielo, todo lo terrenal que te haga sentir seguro, estable o poderoso puede desaparecer en cualquier momento, pero hay un invisible que hace las cosas visibles, hay un invisible que te levanta cuando sos derribado y te da propósito, hay un invisible que restaura familias, matrimonios y sueños.

Siempre hay buen fruto en Cristo, siempre será tu mejor opción depender de Dios y si hace falta que te derriben para conocerlo, derríbate a ti mismo.