La Droga de la Ofensa
He escuchado innumerables veces del daño que las drogas (estupefacientes) pueden provocar a nuestro organismo al consumirlas, son tan destructivas que la ciencia concluye que su daño alcanza la mente, las emociones y el entorno que rodea a quienes la ingieren ya que sus efectos «anestesian» la percepción de la realidad del individuo. Es un enemigo silencioso que se vuelve escandaloso con cada etapa de consumo.
Algo similar; así de manera silenciosa se ha adentrado en los corazones de los creyentes desde hace ya buen tiempo, sin embargo cada vez toma más auge o terreno dentro de nosotros dado que vivimos en una sociedad altamente irritable en dónde todos desean imponer su «ideología» el caso es que así como con cualquier otro estupefaciente, nos convertimos poco a poco en dependientes de la Ofensa para «defendernos».
Hemos metido este fruto de la carne dentro de nuestros corazones, dentro de nuestros hogares, en nuestras redes (aquí incluso le ponemos empeño), en nuestros trabajos, salas de estudio… Y sí, también la metimos a las Iglesias.
A veces podemos ser creyentes ofendidos que se quedan con la ofensa como una herida abierta sin buscar sanar y otras somos aquellos quienes, anestesiando a nuestro Espíritu, nos convertimos en ofensores constantes, en ambos casos la ofensa hace su efecto: Destruirnos por dentro y afectar nuestro entorno.
Como si se tratase de cualquier otra droga en el mundo, cuando ofendemos de manera pecaminosa, la acción de ofender nos da una falsa sensación de agudeza mental y nos mantiene en estado de alerta, la adrenalina de haber ofendido nos envuelve creyendo que dimos un par de “buenos golpes” que somos diestros en eso y quedamos alertas al próximo ataque.
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.
Mateo 6:14-15
Quizás cuando nos sentimos heridos nuestro pobre corazón olvidadizo, descarta el modelo de Jesús, dónde la ofensa se perdona y la misericordia se extiende, olvidamos que nuestra boca y nuestros pensamientos deberían ser una fuente de bendición y que nosotros hemos sido objeto de su misericordia podríamos recurrir a perdonar a nuestros ofensores, pero más importante: a no convertirnos en un ofensor.
“Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas”. Eclesiástés 10:4
Aunque la ofensa es adictiva y controladora, Dios nos hace un llamado importante a no dejar tu lugar de hijo, a no ceder el espacio en nuestros corazones a la Ofensa donde debería florecer la Mansedumbre; Dios a través de Cristo nos llama a imitar al heredero del cielo siendo mansos y humildes y nos guía por las sendas dónde el maestro nos enseña que seguirlo a Él implicará a menudo brindar la otra mejilla.
Contador, labora para una entidad de la industria de acero en Managua como asistente contable. Tuvo un encuentro con Jesús a los 18 años mientras atravesaba una etapa difícil en su vida personal; ahí conectó con un grupo de jóvenes que se dedicaban a compartir la Palabra de Dios en las casas y desde entonces inició en el ministerio trabajando con jóvenes e Intercesión. Actualmente también se encuentra involucrada sirviendo en el Ministerio de alabanza.
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